En
Kerala, a mis seis de la tarde eran las diez de la noche. Allí también lucía una
luna nueva creciente, con forma de fina guadaña. La que corta el tiempo y lo
perfila según las necesidades del momento, pero siempre preciso. Lejos de allí,
aunque en el mismo país, millones de personas se daban cita en la localidad de
Allahabad, al norte de la India, por donde discurre la más venerada de las
corrientes fluviales, el Sangam, donde confluyen los ríos sagrados Ganges,
Yamuna y Saraswati. Lo hacen cada doce años en lo que ya se conoce como Kumbh
Mela, el mayor festival sacro del mundo y el más poblado. De hecho, las cifras
son espectaculares. Para este año, las autoridades han previsto 100 millones de
personas que celebrarán durante un mes sus rituales a orillas o dentro del
cauce de los ríos más venerados del planeta. Dice el periodista Ishaan Thaoor,
de la revista Time, que nos imaginemos toda la población de Sanghai (23
millones de habitantes), más todos y cada uno de los ciudadanos de Nueva York,
reunidos en una zona de unos 4 x 8 kilómetros… ¡Uff! Impresionante, pero me
parece increíble. Sadhus, santones, hombres, mujeres, con taparrabos, con
saris, impregnados en cenizas, vestidos con túnicas naranjas, con rastas,
rapados, con rosarios colgados por el cuello, con collares de flores, con
niños, sin ellos… De todas las vertientes del hinduismo, apoyados por todos sus
dioses, con devoción o simplemente con fanatismo, el Kumbh Mela es uno de esos
espectáculos que ningún fotógrafo del National Geographic querrá dejar pasar. Y
lo más espectacular, para mí, es que este año se inició cuando los astros
marcaban mi 41 cumpleaños. Un regalo, aunque sea simbólico, que me hizo soñar.
Como me han hecho soñar los 40 años ya pasados que he vivido siempre de una
forma privilegiada. Ayer, sin darme cuenta, me desperté agradecida de todo lo
que he visto, sentido y vivido. Y de pronto, me vi haciendo de la normalidad un
día especial. No tuve necesidad de vinos ni de cavas para brindar a mi salud; ni
tampoco de grandes manjares para compartir una comida exquisita con mi mejor
amigo. No hubo que hacer grandes conquistas a lugares exóticos o lejanos para
presumir de cumpleaños maravilloso; ni de navegar entre mares de papel regalo
para encontrar tesoros ni buenos deseos. El cielo me regaló una mañana soleada,
de un azul limpio y claro; un atardecer de nubes esponjosas rosas que
amortiguaban el aleteo de bandadas de cigüeñas en busca de un hogar cálido; el
viento, suave, se convirtió en brisa y me trajo en forma de ondas las voces de
mis amigos más queridos, desde diferentes puntos del planeta. Me sentí amada y
hasta deseada, durante todo el día pensada. Y quiso el Universo que en la misma
fecha en la que yo dejaba atrás 40 años de vivencias, y los hindúes más
fervorosos aclaraban su karma a orillas del Ganges, los científicos nos
sorprendieran con hechos tan insólitos como que los escarabajos también pueden
contar (según unos investigadores de la Universitá de Valéncia y de Oxford);
que al parecer hay una bacteria común que se encuentra en el pelo de los
humanos y que podría vivir hasta en Marte porque es capaz de resistir climas
muy hostiles de bajas presiones y extremas temperaturas; y que, más allá del
ser o no ser, lo cierto es que leer a Shakespeare activa el cerebro (el propio,
no el ajeno). Sí, el día de mi cumpleaños ha dado para mucho. En Las Vegas
moría una señora, Tanya Angus quien, al parecer, tenía el peor caso de
gigantismo en el mundo y que se había convertido en una abanderada de la lucha
por mejorar las condiciones de vida de las personas que sufrían su propia
enfermedad, y tuvo que haber hecho un buen trabajo porque su fallecimiento ha
sido noticia. En Estocolmo, una señora,
profesional de la limpieza, robó un tren (sí, sí, yo también aluciné) lo
condujo varios kilómetros y acabó empotrándolo contra el bloque de unas
viviendas. Como no había más pasajeros que ella, el incidente no acabó tan mal,
pero… ¡por los pelos! Porque las familias que dormían en aquel edificio se
llevaron un susto de muerte. En fin, anécdotas para un día de cumpleaños que ha
sido precioso, compartido y disfrutado. E incluso en Kerala, en el trayecto que va desde la ciudad hasta el aeropuerto, mi amiga Sheila McKinnon iba recitando, como
regalo, las plegarias que yo misma le solicité para que una parte de mis sueños y mi propia felicidad crezcan a partir de hoy y durante mis próximos 43 inviernos con la misma fe y
devoción como la que estos días envuelve la maravillosa y siempre sorprendente India.