EL HAYA DEL AMOR UNIVERSAL

Hayedo de Montegrande. Asturias. Copyright foto: Teresa Morales.
Dicen que es el árbol que escucha y el que transmite consuelo y decisión. Como una madre compasiva, como una abuela sabia y envuelta en ternura. Con la firmeza de la sabiduría que le han dado los años. Acoge, sobre raíces revestidas de un musgo aterciopelado, sobre el que es fácil tumbarse y, mucho más, abrirse. Refugia, sobre su regazo, para que la niña perdida que quiere hacerse grande encuentre un soporte sobre el que descansar y sentirse cómoda. Y eso fue lo que hice. Me tumbé por completo y apoyé mi cabeza sobre su pecho, a ras de su tronco verde y robusto, de tacto delicado. Sentía cómo me envolvía y cómo latía su corazón, casi pegado al mío. Como dos amantes que descansan, uno sobre el otro, después de fundir sus almas en horas de sexo y amor. La sonrisa puesta y las confidencias revoloteando por una habitación, al aire libre, en el que seres de otras dimensiones, no visibles pero medibles, acompañaban los sueños con música de hadas y letras de Hildegarda. Dejé los miedos a un lado, sobre la mano de ese sirviente fiel que el bosque le regaló. Y a cambio, o en agradecimiento, le regalé el compromiso de algo que encontré dentro de mí, el valor. Simbolizado en un lazo azul que un maestro me cedió mientras narraba historias de personas y árboles, reconciliadas y reconectadas. Un reto: seguir adelante. Un recurso: mi fe puesta en su protección. Para construir un camino con aspecto y esencia de hogar. Propio. E independiente. Un hogar en el que ser y desde el que acoger. Así, sin más. Que no es poco.