Ojalá fuera un rubí o un diamante de verdad, porque
se lo regalaría, con mucho gusto, a Zsa Zsa Gabor. Después de leer su biografía,
esta mujer que ha tenido nueve maridos y ocho divorcios, que ha conquistado (y
catado) a los guapos más guapos del Hollywood de casi todas las décadas del
siglo XX, me ha demostrado que por encima de la fama, el éxito, las pasiones y
las debilidades humanas (diamantes incluidos), hay un objetivo existencial que
nadie debería pasar por alto: la honestidad con una misma. La creencia, firme,
de ser quien de verdad se es. Mejorando la versión, por supuesto. Porque Zsa
Zsa, a pesar de esas habladurías internacionalmente conocidas como
"cazafortunas" y "devorahombres", es una mujer amante de
sus propios credos y amores: la familia, los animales, las bondades y detalles
cotidianos más sencillos y altruistas de ayuda a los demás, la acogida de los
desfavorecidos y esa línea fiel que la ha mantenido siempre conectada a
lo más hondo de su ser. Ahora, con 96 años, felizmente cuidada y mimada por su
esposo, yace prácticamente sobre una cama donde aún se la puede ver bebiendo
champagne, si la ocasión lo requiere. Estrella de cine y princesa. Mujer.
Madre. Amiga. Belleza. Y única. "Érase una vez, cuando tenía doce
años..." –dice la señora Gabor en su autobiografía Una vida es poco–
"en aquellos días que ya no volverán, una niña, que de verdad era yo, que
besó al repartidor del carbón y cuya madre dijo: 'Esta niña acabará mal'.
Cuando miro todo aquello, espero haber demostrado que mi madre se equivocaba.
En mi corazón, creo que así ha sido. No porque sea una estrella de cine ni una
princesa, sino porque he intentado vivir mi vida, esta vida, con amor".
Espero que allá, en su mansión de Bel Air, la gran Zsa Zsa tenga un lunes de
octubre maravilloso. Grande, muy grande.