Hace poco me preguntaron que qué me había motivado a ser
voluntaria y a desarrollar la labor altruista con personas mayores. Yo respondí
que fue el hecho de tomar conciencia de que estoy aquí para aportar algo
personal a los demás. Y para agradecer de alguna forma lo que durante mis años
previos de vida otros han hecho por mí. Hay muchas razones para ser voluntario,
y cada una de ellas tan válida como la persona que decide compartir su tiempo
con los demás. Quizás, entre todas ellas, hay una que a mí me gustaría destacar, y es que el voluntariado es también la decisión de poner al servicio de los
demás los talentos personales que Dios nos ha dado. Algunos sabemos escribir
historias, otros son pacientes a la hora de enseñar, hay quien tiene la
capacidad para transmitir alegría a niños, y quienes tienen el don de saber
escuchar, acompañar y consolar. La acción voluntaria se convierte así en una
especie de cadena solidaria de la que todos nos aprovechamos y de la que todos
obtenemos ventajas. Pues el hecho de dar es tan gratificante como el gesto de
recibir.
Puede que al principio, cuando uno se entrega y pone al servicio de
los demás su tiempo, su esfuerzo y sus conocimientos, caiga en la tentación de
sentirse importante, casi un héroe. Pero cuando se obtienen los primeros
beneficios, las primeras sonrisas de los mayores, los primeros comentarios de
bienestar y los elogios … uno deja de sentirse importante para comenzar a
sentirse útil. Y esa utilidad, ese saber que con un poquito de ti haces que
otras personas obtengan un mucho de felicidad, aunque sea durante una hora,
hace que todo en esta vida tenga más sentido. Las dificultades desaparecen como
por arte de magia, y avanzar en pro de un bien común, al que podría llamar
bienestar o felicidad, es un paseo de lo más reconfortante.
Aprovecho este post, que es un fragmento de unas palabras que me pidieron en el Ayuntamiento de Ávila, para, en nombre de todas
las personas voluntarias, agradecer también a aquellos que,
pacientemente y con una generosidad tremenda, reciben nuestras charlas y nos
aceptan como monitores. En mi caso, es un grupo de mujeres mayores que desde
hace un año y medio me relatan sus vidas, sus hábitos, la historia y costumbres
de esta ciudad y de esta provincia con las que vamos articulando unos relatos entrañables
en un taller que titulé “Hoy Yo También Cuento”. Porque ellas cuentan, ¡y
mucho! Sin ellas, sin el cariño con el que me acogen y sin el agradecimiento
que me muestran, mi labor y mis ganas de aportar algo nuevo pasarían
desapercibidas. A ellas les dedico los reconocimientos oficiales que nos brindan, como el de ayer en el
Ayuntamiento de mi ciudad, y espero que el amor con el que vamos construyendo un grupo de
mujeres amigas nos siga inspirando para aumentar la autoestima, la compasión
por los demás, la generosidad y la alegría como valores, no sólo del
voluntario, sino de todas las personas que conformamos nuestra sociedad.